Por Bautista Diaz
Cada 27 de abril, se celebra a un histórico animal, propio de Latinoamérica, que aporta muchísimo al ecosistema y, lamentablemente, vive en constante amenaza: el tapir.
Se trata del mamífero terrestre más grande de Sudamérica y América Central, llegando a alcanzar los dos metros de longitud, y con un peso alrededor de los 300 kilogramos. Sus diferentes familias se esparcen desde el sur de México hasta el noreste de Argentina y norte de Uruguay.
Hay cuatro grupos de tápires en el mundo, tres de ellos (los más grandes) residen en continente americano: el tapir malayo (la única especie fuera de América, habita en el sudeste asiático), el tápir andino y el tápir centroamericano, considerados en Peligro de Extinción, mientras que el tápir amazónico se encuentra en Estado Vulnerable.
Como ya es habitual en las especies del continente selvático, su principal amenaza radica en la modificación y destrucción de su hábitat. La deforestación, industria minera y el avance del desarrollo urbano han causado una inmensa reducción en su población, que supo poblar una enorme extensión del territorio, hace mucísimo tiempo (los fósiles más antiguos encontrados del género Tapirus datan de hace 30 millones de años.)
Los tápires son considerados los jardineros del bosque; cumplen la importantísima función de ser dispersores de semillas. Es decir, esparcen los residuos de sus alimentos por el bosque, permitiendo que los árboles y las plantas crezcan en diferentes lugares.
Precisamente por este rol, que cumplen varias especies más, su ausencia en el ecosistema genera un desequilibrio enorme, perjudicial para todos sus actores y, en consecuencia, para el ser humano.
Dentro de nuestro país, el tápir ha sido declarado monumento natural en las provincias de Salta, Chaco, Formosa y Misiones, donde habita la gran mayoría de su población argentina.
Actualmente, diversas organizaciones ambientales llevan a cabo poryectos para reinsertar al tápir en su hábitat para que este vuelva a prosperar gracias al enorme rol del mamífero
