Por Bautista Diaz
Petróleo, gas natural y carbón. Seguramente escuchamos hablar muchas veces de los combustibles fósiles; qué son, cómo se generan y para que son utilizados. Según índices de la ONU, comprenden el 80% del uso de la energía actual.
Hace siglos que estas fuentes de energía suponen la base de la industria global. Desde las fábricas hasta nuestros hogares, están presentes en la gran mayoría de las actividades de la sociedad.
El problema de estas energías es que son, justamente, no renovables. Al ser recursos que se originan desde la descomposición de materia orgánica de animales, plantas y microorganismos, su transformación hasta ser utilizables tarda millones de años. Su uso es finito, y la sobreexplotación que la industria está llevando a cabo desde hace décadas, los pone cada vez más en riesgo.
La disputa por el control de los combustibles fósiles ha terminado, más de una ocasión, en problemáticas internacionales sin precedentes: Guerras que costaron la vida de miles de ciudadanos, incrementos drásticos en el precio del petróleo y el gas, entre otros.
Además, el uso continuo de estas fuentes de energía está generando un daño irreparable en el Planeta Tierra. La liberación de gases de efecto invernadero aumenta cada vez más, y sumado al deterioro del suelo debido a la sobreexplotación de los recursos terrestres, deja al ecosistema completamente destruido.
Por estos y otros motivos, surge la alternativa a los hidrocarburos que desde hace ya varios años viene tomando fuerzas: las energías renovables. Se trata de energía proveniente de elementos naturales inagotables e ilimitados para el uso humano.
Existen cinco fuentes de energías renovables: energía eólica, solar, hidráulica geotérmica y la biomasa, y cada vez son más los proyectos empresariales que, con la presión de políticas internacionales, se comprometen con la transición energética.
Lógicamente, las energías renovables conllevan un gran esfuerzo, tanto laboral como económico, y lograr posicionarlas frente a frente con los combustibles fósiles va a llevar tiempo. El camino sustentable no será simple; se van a imponer grandes obstáculos que se superarán con debates, políticas económicas y sociales, manifestaciones, y acciones rápidas de las grandes empresas multinacionales.
La meta es clara: alcanzar una economía que descanse en el uso de fuentes energéticas bajas. América Latina cuenta con varias de las mejores zonas geográficas para la producción de energías renovables, especialmente la eólica y la solar.
Mientras tanto, en Europa se sigue dependiendo casi en su totalidad de combustibles fosiles. El 73% del consumo de energía de la Unión Europea en 2015 se ha cubierto con recursos fósiles. La buena noticia es que este número ha disminuido con respecto al índice medido en 1990, que representaba un 83%.
Luego de la pandemia, las economías nacionales incrementaron su deuda, dejando en un segundo plano la inversión en energías renovables. Por lo tanto, el desafío es aún mayor, pero no es imposible.
La semana pasada, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó un informe que siembra esperanza en toda la comunidad: La inversión global en energía solar superó a la petrolera por primera vez.
Un dato para usar de referencia: Por cada dólar invertido en combustibles fósiles, actualmente 1,7 se destinan a energías limpias. Hace cinco años, esta relación estaba igualada en uno a uno.
Muchos países ya comenzaron el largo camino hacia la transición energética, con el fin de preservar nuestro planeta, que es el único que tenemos. Es hora de que los gobiernos impongan políticas de estado que incentiven esta inversión y regule las emisiones de gases de efecto invernadero.
En Latinoamérica nos encontramos día a día con noticias sobre nuevas plataformas de exploración pertoleras, centrales nucleares, fábricas masivas que contaminan nuestra tierra. Las trabas para aprovechar el viento, el agua y el sol deben anularse de manera urgente.
